top of page

DÍAS DE LUNA AZUL

ir al inicio

Una novela política que pone al desnudo la intimidad del poder en uno de los momentos más críticos del país.

 

Qué pensaban y qué sentían quienes gobernaban al momento de decidir.

 

Una trama sugestiva y apasionante, vivida y narrada en primera persona, con relatos insospechados sobre personajes reconocibles.

 

Días de luna azul posee la belleza de conjugar la reflexión social con la intimidad de una vida

Viviana Durán

 

Nace en 1957 en Buenos Aires. Su infancia transcurre en París, ciudad de la que jamás se desvincula.

Es economista graduada en la Universidad de Buenos Aires, con estudios de postgrado en políticas públicas en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro. Fue docente en la UADE y en la UBA. Consultora de los principales organismos internacionales de crédito: BID; Banco Mundial; FMI. En Argentina ocupó cargos públicos de responsabilidad en el Poder Ejecutivo, el último de los cuales en tiempos del “corralito” en el Ministerio de Economía y en la Jefatura de Gabinete. Como investigadora ha trabajado en institutos de América y Europa: Cepal, OCDE, Instituto de Estudios Fiscales de España.

Algunos fragmentos de la obra

Duhalde

–El riesgo país ya está por encima de 2000 puntos básicos. Argentina, un país menos creíble que Nigeria. Horrible –me había dicho Alberto cuando lo fui a ver con un borrador de la presentación del Plan Familia.

–Entre la oposición que tenemos y nuestras propias huestes –repliqué– no es de extrañar. Encima son todos rumores y nadie sale a aclarar nada. No sé qué estamos esperando. Se dice que detrás del pedido de que el Presidente dé un paso al costado, está Duhalde. ¿Es así? Alberto no respondió. No me desanimé y proseguí.

–¿Para qué Duhalde querría hacerse cargo del país en esta coyuntura? Es como tomar por asalto al Titanic. Nadie en su sano juicio lo haría.

–La lógica de la política es otra.

–Primero el poder, después se verá. ¿Esa es la lógica?

 

Limones

–Nena, fue un fracaso –me susurró y pegó una pitada a su cigarrillo. Sin ambigüedades, un total y completo fracaso.

–¿Negri?

–No, peor. Teníamos apenas media hora para sensibilizar a Bush, una media hora para lograr el salvataje, y De La Rúa se iba por las ramas hasta que fue el propio Presidente de los Estados Unidos quien le preguntó si no tenía algún otro asunto relevante para plantearle. Y nuestro excelentísimo Presidente le respondió que en efecto lo había. Todos suspiramos aliviados. Fue entonces que casi nos desmayamos cuando en lugar de hablarle de la deuda, del Fondo, De la Rúa le habló de los limones.

–¿De qué? ¿De los limones? Me estás  jodiendo…

–No, no es broma –continuó Rigo–. A nuestro señor Presidente le pareció más relevante pelear por nuestra exportación de limones y se explayó sobre el tema de las barreras arancelarias. Era la oportunidad que teníamos y la rifó. Hay que aceptar que el limón es bueno, ayuda a controlar el apetito.

–No entiendo. ¿Es idiota?

–Era el mejor alumno de su promoción, un abogado brillante. Una persona culta, amena. Por momentos, te juro, pienso que está dopado. No tengo otra  explicación.

–El Fondo nos bajará el pulgar –dije abrumada.

 

Como rata por tirante

–¿Qué un frente tiene posibilidades de ganar? Claro que las tiene –dije– pero al poco tiempo, por esta inmediatez que domina a nuestros votantes, se sentirán defraudados porque han construido expectativas sin sustento, pretendiendo resultados sin los costos asociados, y pensarán como sacarnos de encima. Dos veces ya salimos como rata por tirante. Teníamos equipos técnicos de calidad, buena gente al frente, y hasta un líder carismático la primera vuelta. ¿Por qué esta no sería la tercera? Nuestro país repite experiencias que parecen calcadas unas de otras. En cada ocasión estamos convencidos de que esa tiene una particularidad que la hace única, olvidándonos del prototipo. Una compulsión a la repetición. Creemos que es un cambio de ciclo y, lo dramático, es que ni siquiera es un círculo vicioso sino un espiral descendente.

–¿No te parece una visión demasiado pesimista? –reaccionó Alberto elevando la voz–. Cuesta abajo en la rodada, con la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. No sabía que eras tanguera Prusiana.

 

¿Los pueblos son lo que son?

–A ver si te entiendo –dijo Alberto finalmente, con su plato ya vacío mientras mi bavette estaba sólo a mitad comer–. El país no progresa porque la sociedad argentina es cortoplacista, con tendencia a comprar salidas mágicas, no asumir sus responsabilidades y depresiva o maníaca, según el momento del ciclo. Si la lográramos llevar al diván del psiquiatra resolveríamos el problema del país. Debemos remontarnos hasta la génesis, o por lo menos hasta la conformación de nuestra burguesía nacional. ¿No es un poco maniqueísta tu explicación? Estás en el mismo callejón sin salida que los que aguardan que la sociedad se convenza de la necesidad de un nuevo orden moral, con tolerancia cero para la corrupción, dónde la división de poderes sea efectiva, las instituciones salgan fortalecidas, y la inequidad disminuya. Los pueblos son lo que son.

bottom of page